Puentes y Puertas.

La Granada musulmana desaparecida

Puerta del Sol

Puerta del Sol

Juan Manuel Barrios Rozua Profesor de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Granada y autor del libro Guía de la Granada desaparecida (editorial Comares, 1999).

Puentes, puertas y murallas

Fueron las reformas urbanas, en particular los ensanches de calles y apertura de nuevas vías, los que más estragos provocaron en el patrimonio arquitectónico y en la trama urbana medieval durante el siglo XIX. Al transformar el pintoresco río Darro en una calle para el tráfico rodado desapareció una parte de la ciudad que a algunos viajeros románticos les fascinó con sus pequeños puentes y casas colgadas, la llamada Riberilla. La destrucción de casas y puentes para dar a luz una anodina calle fue la pérdida más lamentable que ha sufrido Granada desde la perspectiva del pintoresquismo urbano. El embovedado se fue haciendo por fases desde plaza Nueva hacia el río Genil. El puente del Baño de la Corona, el más importante de los que hubo sobre el Darro, había sido ampliado por los cristianos para formar la plaza y sobre el viejo arco del puente elevaron un edificio de cinco plantas que mitigaba las corrientes de aire frío que hacen tan riguroso el invierno en esta parte de la ciudad. Más abajo estaban los sencillos puentes de San Francisco y del Carbón, cuyas roscas de dovelas de piedra y toscos petriles los asemejaban a los que hoy podemos ver en la carrera del Darro. Próximo al actual edificio de Correos se encontraba el puente del Álamo o de los Curtidores. En tiempos musulmanes es probable que formara parte de la muralla y tuviera un rastrillo para impedir el paso por el cauce del río. En 1875 pereció el puente de Santa Ana o del Cadí, esta vez para ampliar plaza Nueva a costa de recortar la carrera del Darro. Todos los puentes desaparecidos eran de un solo ojo y en su arquitectura mostraban en forma de reparos estratificados la historia de las crecidas del río.

El derribo de murallas fue una de las medidas características del urbanismo decimonónico. Dado que las antiguas fortificaciones habían perdido su función militar, con su demolición se podían abrir nuevas calles y “embellecer” la ciudad según los criterios de la época. En Granada fueron el deseo de mejorar el tráfico, la regularización del caserío o la especulación de algún particular, las razones que llevaron a destruir numerosas puertas y algunos tramos de lienzo de unas murallas que la ciudad había desbordado en los siglos precedentes.

El castillo nazarí de Bibataubín sufrió una profunda remodelación en el siglo XVIII para convertirse en cuartel. Se eliminaron el foso y algunas de las torres, y se enmascaró lo demás, incluido el gran torreón poligonal que todavía se conserva. Una elevada torre que se alzaba junto a la plaza de Mariana Pineda fue lamentablemente destruida en 1967 para hacer un bloque de viviendas. Anexa al castillo estaba una puerta de la muralla de la ciudad en la cual los cristianos habían instalado una capilla dedicada al Nuestra Señora de los Remedios. Su derribo fue proyectado por el ayuntamiento en vísperas de la Guerra de la Independencia, aunque fueron finalmente los franceses los que dieron en tierra con ella. Las tropas napoleónicas también desmantelaron y después dinamitaron la torre del Aceituno. A finalizar la guerra se elevó allí un pequeño oratorio de estilo neoclásico, la ermita de San Miguel Alto, que difumina el perfil militar de esa parte de la ciudad.

La puerta de Elvira, que hoy está reducida a un gran arco, era en realidad una pequeña fortaleza en la que varias puertas distribuían a las personas en diversas direcciones. Por ser un lugar muy transitado, a lo largo del siglo XIX esas puertas fueron destruidas, entre ellas la puerta de la Alhacaba, cuyo arco de herradura apuntado era de fábrica zirí. También había sido edificada por los ziríes la puerta del Sol, abierta dentro de una sólida torre y llamada así por estar orientados sus arcos a saliente y poniente. La puerta formaba parte de la muralla que descendía de las Torres Bermejas separando los barrios del Mauror y el Realejo, y fue arrasada en 1867 sólo para regularizar este lugar poco transitado de la ciudad.

Próxima a la plaza de Bibarrambla se ubicaba la puerta de las Orejas, conocida así en tiempos cristianos por la inicua costumbre de colgar miembros amputados de los delincuentes. La puerta consistía en una gran torre cuadrada en la que se abría un monumental arco apuntado con dovelas de piedra, tras el cual había un arco más pequeño de herradura y un pasadizo en recodo. Los cristianos le añadieron una capilla y así es como fue dibujada por artistas románticos, que veían en ella uno de los rincones más atractivos de la ciudad. No fueron de la misma opinión los alcaldes y arquitectos municipales de la segunda mitad del siglo XIX, para los cuales constituía un estorbo en una zona sometida a regularización; además había un influyente particular interesado en su desaparición para revalorizar su finca. Tras varios intentos frustrados de derribarla, incluido uno en 1873 que logró frenar el presidente de la República Pi i Margall, y a pesar de que fue declarada monumento nacional, la puerta fue sorpresivamente demolida en 1884. El alcalde celebró su logro con el lanzamiento de cohetes, mientras la Comisión de Monumentos presentaba indignada su dimisión. Durante el derribo se guardaron los restos de cantería, con los cuales Torres Balbás reconstruyó parte de la puerta en el bosque de la Alhambra, donde permanece camuflada por la vegetación.

Parecida a esta puerta era la del Pescado, edificada a finales del siglo XIII y cuyo nombre se lo pusieron los cristianos por ser el lugar de entrada del pescado procedente de la costa granadina. Según descripción del dramaturgo y político liberal Martínez de la Rosa, constaba de un paso abovedado con tres arcos. La puerta, junto con la tribuna que se le había adosado y parte de la muralla que enlaza con el Cuarto Real de Santo Domingo, fue derribada a mediados del siglo XIX. Al igual que la anterior, la puerta de los Molinos formaba parte de la muralla que protegía el arrabal de los Alfareros, actual Realejo, y estaba al final de la cuesta homónima. Demolida en 1833, nada sabemos de la fisonomía de una puerta por la que penetraron las tropas de los Reyes Católicos ante la congoja de la población musulmana.

Algunos conventos, como el jesuítico Colegio de San Pablo o el convento de Santa Cruz la Real, tenían sus fincas delimitadas por largos tramos de lienzos y torres. La exclaustración de esos cenobios supuso la desaparición de éstos, en el primer caso para la creación del Jardín Botánico y en el segundo para la apertura de una calle. También en el Albayzín la secularización de los conventos de Agustinos Descalzos y Mínimos de la Victoria acarreó la destrucción de las murallas que pasaban junto a sus huertas, transformadas en jardines de cármenes.

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